Corría el año 1973. Apenas tenía yo quince años. Recuerdo que mi innata rebeldía hacía que mi padre y yo estuviéramos en continua discordia. Un buen día le dije a mi padre que quería la independencia. Mi padre, en contra de sus deseos, me la dio. Me dijo: ahí tienes la puerta. Salí de casa con unos vaqueros, una camisa roja de cuadros y unas botas camperas. Mi padre murió a los dos años sin dejar cerrada nunca la puerta. Por tanto, se podría decir, que llevo independiente 44 años y 42 de ellos, huérfano. Pese a todo, nunca renuncié a mis orígenes ni a mis principios. Hoy en día, me siento orgulloso de mi padre y también de mi rebeldía. La libertad tiene un precio que no todos están dispuestos a pagar. Aunque parezca un contrasentido, seguí siempre unido a la mamá patria y al resto de las autonomías. Todas con distintos nombres y maneras de pensar, pero compartiendo, con orgullo, los mismo apellidos.

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