A
veces despierto escuchando el sonido de la máquina de escribir de mi
padre. Otras veces es a mi madre a quien escucho teclear, pero
entonces el sonido va acompañado siempre de su voz, llamando a
alguno de nosotros. Otras veces despierto oyendo el jolgorio de mis
enanas con sus cantos y juegos. A veces despierto sintiendo el calor
frío del otro lado de la cama. Es entonces cuando soy consciente de
que estoy semidesnudo y la casa demasiado callada. Nadie coloniza mi
parte de la manta. Entonces no me queda más remedio que levantarme y
asirme a la pluma que, por suerte, alguien dejó olvidada, hincada en
mi nido lleno de vacío...