Sin saber cómo ni por qué, apenas vislumbrado el ecuador de este mes de agosto, se me desprendieron unos pensamientos que, al caer, salpicaron a los sentimientos. Las nubes creadas comenzaron a soltar lluvia hacia dentro, lluvia que al poco se transformó en riada. El corazón, ante el temor de un incontrolado desbordamiento, comenzó a bombear con fuerza hacia el exterior en vano intento. Los ojos no estaban por la labor, no quedaba otro remedio que tragar y tragar con tal de evitar un desvarío. Poco a poco, achicando de aquí y allá, las aguas volvieron a su cauce. Las nubes se fueron evaporando, lucía de nuevo el sol y los niños volvían a jugar en la orilla del mar.
Sólo fue una tormenta de verano...
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