Deambulaba un día por las calles mojadas de la ciudad, ensimismado en mis ausencias, cuando de repente, se me acerca una anciana, escuálida y percudida, con una gran tristeza colgada de sus gastados ojos. Rozándome el brazo me dijo:
-Ayúdeme buen hombre.
La miré angustiado y le dije que yo también era pobre, que estaba parado y no tenía nada que darle. Ella mirándome directamente a los ojos me contestó:
-Eso no es cierto, se te ve que eres rico en amor y me podrías dar un poco.
Ante mi cara de perplejidad, añadió:
-No te preocupes, eso es como donar sangre. Puedes ayudar a alguien y al poco esa sangre donada se renueva con más energía.
He sido donante de sangre toda mi vida y sabía que eso era cierto. Así que decidí donarle un poco de amor a aquella linda anciana la cual se alejó de mí con una sonrisa en sus labios.
Alucinando aún seguí mi camino. Al instante me vi reflejado en un escaparate y pude comprobar que yo también tenía pintada una gran sonrisa en mi cara. Me giré y pude ver que la dulce anciana me estaba mirando con una franca sonrisa en sus ya no tristes ojos. Eso hizo que mi sonrisa se hiciera muchísimo más grande.