Cuando me paro a hablar de mí conmigo oigo el hondo vacío del pasado: una llave de plomo cae al agua. Y si quiero cifrar en la memoria una sola presencia permanente en la niebla confusa de mi vida, allí apareces tú, la más sombría, la que nunca se entrega, la que huye, la que arroja la llave y, cerrando unas puertas invisibles, me condena a vivir entre estos muros, oyéndome mi voz, la que me dicta lo que nunca seré, la equivocada travesía de mí conmigo mismo. La luna desvaída, con aspecto de enferma, y un frasco de pastillas en la mesa, papeles tachados, abiertos los libros, y colillas, y en la mente el mapa del lugar en que alguien aún te espera. Despacio, en la ventana, derrama ya la luz su plata turbia. Las sábanas caídas por el suelo, los zapatos, en medio de la habitación. La luna huye temblando. La noche inacabable, consejera de lo oscuro, se multiplica en el reloj, insonoramente lento, como pasos de un autómata insomne que recorre los pasillos de mi absurdo habitáculo. Es el sonido helado de mi corazón que nunca se termina pues para amanecer no queda luz ni tiempo para inventarla, y el reloj sigue multiplicando el aire muerto de la noche sin fin que sobrevive al alba y a somníferos...
1 comentario:
Fabuloso. Muy bien traído.
Echo de menos, sin embargo, en este triple inventario del insomne, la alusión debida a Benítez Reyes.
Enhorabuena por la bitácora. Es estupenda.
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