Llorando, durante días, le decía al viejo y agonizante olivo que me apenaría mucho su muerte. Él le había dado sus frutos y buena sombra a mi familia durante generaciones. Él me contestaba diciendo que, cuando muriera, nos seguiría sirviendo durante un tiempo ya que, con su rica leña, nos calentaría en el frío invierno. Eso me apenaba aún más, le contestaba yo, una vez quemado, ya no serás nada, sólo cenizas. Entonces me dijo:
Cuando sea sólo cenizas, coge éstas, dilúyelas en parte de mi propio aceite y con él, escríbeme un bello poema, de esta manera, nunca moriré. En ello estoy, viejo amigo.
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