A orillas del mar, solo, con mi soledad.
El mar calmo, sin olas, sin adioses.
Las gaviotas en silencio y el sol, callado.
Las nubes inmóviles, abstractas.
La arena sin anónimas huellas.
La brisa, insalobre, huérfana de rostros.
Sensaciones extrañas que me inquietaban.
De pronto percibo una susurrante voz,
surgida de no sé dónde, que me dijo:
No te turbes, no pasa nada, nos hemos
puesto de acuerdo para que hoy seas tú
el que suene, el que brille, el que acaricie.
Déjate sentir, no te distraigas, hermano...
(Zahara de los Atunes)
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