La pasada madrugada, al acabar de grabar en la radio, me di un paseo visual por mi refugio. Lo que vi, en su mayoría, me produjo una mezcla de alegría y tristeza. Al morir yo todo lo que estaba viendo, o en su mayoría, acabaría en la basura pues eran cosas sin valor a primera vista. Mis herederos o acreedores sólo verían tiestos, no entenderían que todo tenía un gran valor, no suelo guardar tonterías a las que tener que quitarle el polvo. Nadie vería la felicidad que sentí al reparar con mis herramientas cosas averiadas, tampoco valorarán esos lápices casi agostados que tantos sentimientos plasmaron. Cuando vean los carteles de los eventos que presenté nadie podrá saborear lo que yo sentí al participar. Mi vieja cama, la que hice con mis manos hace más de cuarenta años, acabará en la basura, nadie sabrá lo que disfruté y lloré en ella.
Sí, se valoran poco las pequeñas cosas. Cuando yo ya no sea mi casa lucirá como campo abandonado y al poco el polvo irá borrando aromas... Conozco demasiado bien la triste sensación...

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