La muerte de un amor es como la muerte de una persona amada. Deja la misma aflicción, el mismo vacío, la misma negativa a resignarse a ese vacío. Aun cuando la hayas esperado, causado, deseado por autodefensa o sentido común o necesidad de libertad, cuando llega te sientes inválido. Mutilado. Te parece que te has quedado con un solo ojo, un solo oído, un solo pulmón, un solo brazo, una sola pierna, el cerebro demediado y no cesas de invocar la mitad perdida de ti mismo, aquel o aquella con quien te sentías entero. Al hacerlo no recuerdas siquiera sus culpas, los tormentos que te causó, los sufrimientos que te impuso. La nostalgia te entrega el recuerdo de una persona apreciable, o mejor dicho, extraordinaria, de un tesoro único en el mundo y de nada sirve decirse que eso es una ofensa a la lógica, un insulto a la inteligencia, masoquismo. En el amor la lógica no sirve, la inteligencia no ayuda y el masoquismo alcanza cimas de psiquiatras. Después, poco a poco, se te pasa. Acasosin que seas consciente de ello, la aflicción disminuye, se extingue, el vacío se reduce y la negativa a resignarte a él desaparece. Te das cuenta por fin de que el objeto de tu amor no era una persona apreciable o, mejor dicho, extraordinaria ni un tesoro único en el mundo. Lo sustituyes por otra mitad o supuesta mita de ti mismo y por un determinado periodo de tiempo recuperas tu integridad. Pero en alma queda una cicatriz que la afea, un cardenal negro que la desfigura y comprendes que ya no eres aquel o aquella que eras antes del duelo. Tu energía se ha debilitado, tu curiosidad se ha reducido y tu confianza en el futuro se ha extinguido porque has descubierto que has desperdiciado un trozo importante de existencia que nadie reembolsará. Ésa es la razón por la que, aun cuando un amor esté consumiéndose sin remedio, lo cuidas y te esfuerzas en curarlo. Ésa es la razón por la que aun cuando agonice en estado de coma, intentas retrazar el instante en que exhalará el último suspiro y le suplicas que viva un día más, una hora más, un minuto más. Ésa es la razón por la que, por último, aun cuando deja de respirar, vacilas en enterrarlo o incluso intentas resucitarlo.
¡¡¡Lázaro, levántate y anda!!!
1 comentario:
Sr. Akaputtao, si me lo permite quisiera comentarle una idea acerca de lo que ha escrito en esta su última entrada.
El amor no se agota como la vida de una persona. No se va para siempre y nunca más volvemos a sentirlo. No. Somos nosotros los que por circunstancias o motivos personales nos alejamos de él .
Pero él sigue ahí como la gran empresa del ser humano, como el mejor de los regalos con que la vida nos obsequia.
Con el tiempo uno se da cuenta de que no es estático, de que no es algo que llega a nosotros , se instala, y ahí se queda.
Todo lo contrario , a diferencia de cualquier otro sentimiento, el amor necesita libertad y demanda inteligencia.. inteligencia para valorar y sopesar los detalles que la rutina y las diferencias personales pueden hacerlo peligrar.
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