Qué
triste es tener que robar una sonrisa. Peor aún que tener que
mendigarla. Es lo que yo suelo llamar la felicidad amarga. Pocas son
las personas que se dan cuenta que, a diario, regalo lo que no tengo.
Triste es pensar que, quizás, me están pensando con tristeza o,
peor aún, que ni siquiera me piensan. Si por el contrario me piensan
felices, más infeliz me hacen por no poder compartir juntos ese
sentimiento. Sentirse un menesteroso de caricias no es nada grato,
tampoco lo es tener miles de abrazos no otorgados. Es por ello por lo
que trato de regalar sonrisas a diario. Porque ya no me cabe más
amor en la despensa. Prefiero regalarlas a desconocidos antes de que
se me pochen y acaben provocando mal dolor. Sí, es demasiado triste
tener que robar algo que no cuesta nada y que, a su vez, tiene tanto
valor.
Sonríeme
una lágrima mientras se me muere una sonrisa más.
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