Había una vez un pobre asno que vivía con un hombre humilde. Trabajaba para él. El asno estaba pobremente alimentado, pero estaba vivo.
Un día el jefe de los establos reales lo vio y se apenó de él e hizo que se lo llevasen para su cuidado durante un tiempo, de modo que pudiese ser alimentado y cuidado junto a los caballos reales.
El pobre pollino no podía evitar contrastar su miserable estado con la espléndida condición de los nobles caballos árabes del monarca. Invocó a Dios, pidiéndole ser como los caballos del rey. Dios le concedió el deseo.
No mucho después, sin embargo, vino una guerra. Los caballos fueron sacados de las cuadras y retornaron terriblemente mutilados, con flechas clavadas y cubiertos de sangre.
Muchos no volvieron, entre ellos nuestro amigo.
Debemos dar gracias por lo que tenemos y no pedir a Dios imposibles porque, a veces, los concede.
Un día el jefe de los establos reales lo vio y se apenó de él e hizo que se lo llevasen para su cuidado durante un tiempo, de modo que pudiese ser alimentado y cuidado junto a los caballos reales.
El pobre pollino no podía evitar contrastar su miserable estado con la espléndida condición de los nobles caballos árabes del monarca. Invocó a Dios, pidiéndole ser como los caballos del rey. Dios le concedió el deseo.
No mucho después, sin embargo, vino una guerra. Los caballos fueron sacados de las cuadras y retornaron terriblemente mutilados, con flechas clavadas y cubiertos de sangre.
Muchos no volvieron, entre ellos nuestro amigo.
Debemos dar gracias por lo que tenemos y no pedir a Dios imposibles porque, a veces, los concede.
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