lunes, 2 de marzo de 2009

Reflexiones de un insomne empedernido


Cuantas veces no habré oido yo aquello de:
-Estoy roto, no he pegado ojo en toda la noche- o aquello otro de:
-Así no hay quien viva, ya llevo dos noches sin dormir.
No os podéis hacer una idea de la de años que llevo con miles de noches como esas, pero yo he aprendido a no padecerlas, es más, incluso he llegado a disfrutarlas y sobre todo amarlas. La mayoría de los mortales sueñan por las noches y al día siguiente, con un poco de suerte, recuerdan someramente lo soñado. Yo en cambio sueño despierto, lo que me permite vivir el sueño casi las veinticuatro horas del día. Hay mucha gente enamorada que yacen dormidos durante toda la noche junto a sus parejas, sin ser conscientes de ese estado. Yo me acuesto con la mía y disfruto a tope de su cercanía. La oigo respirar, siento su calor reconfortante y me gusta mimarla en su letargo. Cuando me canso de tanta quietud, me levanto, y al aroma de un buen café me dispongo a pasear por la noche de la mano de mi buscada soledad. Empiezan a llegar a su diaria cita todos los olores y ruidos nocturnos. Esa tranquilidad que sólo se ve rota, con un poco de suerte, por la lluvia o el viento. Esos fenómenos que asustan a mucha gente pero que a mí me transmiten cientos de sentimientos. No hay para mí nada más reconfortante que una noche llena de furioso viento. Este hace que la lluvia tamborilee con fuerza sobre el cristal de mi ventana. Mientras yo, desde la seguridad del interior, observo embelesado, como si esa furia fuese mía y la estuviera viendo desde otra dimensión. En ese entorno, lluvia, viento, café y un cigarrillo me sumerjo en las profundidades de mis recuerdos. Comienzo a recordar a los ausentes que minan mi corazón. Vuelvo a vivir millones de momentos, los saboreo con fruición. Al poco le doy rienda suelta a mi vena epistolar y me dedico a plasmar esos diversos estados de ánimo que acostumbro a tener. El paseo nocturno se me hace demasiado corto la mayoría de las veces. Doy constantes vueltas por la habitación donde duerme plácidamente mi limón entero. Vigilo su sueño, me acuesto a ratos con ella, el tiempo suficiente para sentir su calor. Una vez cargado de éste, me levanto y acudo de nuevo a la llamada de mis fantasmagóricos colegas. Leo la prensa y saboreo alguna que otra noticia. A veces me doy cuenta que hasta sonrío. Sin apenas darme cuenta se agota la oscuridad y se asoma tímidamente un nuevo día. Poco a poco el silencio empieza a ser invadido por los miles de sonidos que no se suelen apreciar por la fueza de la costumbre. Me voy a la cama diez minutos antes de que suene el despertador. Mi pareja prepara su vuelta al mundo de los vivos entre mis brazos. Ella disfruta despertando bajo mi abrazo, cosa de quince o veinte minutos. Yo en cambio he disfrutado de ella toda la noche. Ella se levanta al poco y yo me quedo un poco más saboreando el rastro de su aromático calor.
Bendito insomnio que me ha permitido multiplicar mi vida por dos.
La noche, ESA MULTITUD.

2 comentarios:

Maricarmen dijo...

Me ha encantado tus reflexiones,lo que para unos es una maldicion,tu lo has convertido,casi en un don del cielo.

aro dijo...

Leyéndote, casi desea una ser insomne...
Me gusta la gente que ve la botella medio llena y desde luego tu has convertido en prácticamente un placer lo que para otros es un suplicio.