Mi pasado es como una comida mal digerida, quizás indigerible, pues se ha quedado asentada en la boca del estómago. Desearía poder vomitarla y, sencillamente, olvidarla. Lo que hecho está no puede deshacerse. Se hizo el postrer esfuerzo antes del ultimátum, antes de que el gesto definitivo rebosara y se perdiese el amor, como una flor cortada flotando corriente abajo; demasiado lejos, demasiado aprisa para ser recuperada con la mano.
No puedo hacer volver atrás a la corriente, pues también yo estoy ahí, flotando, pisando los talones a la flor escapada. Mi comportamiento ha sido tan inteligente que ha resultado tremendamente estúpido. Y a solas me digo que no le tengo miedo a la muerte, no, sólo le tengo miedo a mi propia debilidad. Miedo de que la incertidumbre en la que vivo, esa constante tensión entre esperanza y abatimiento, pueda debilitarme y hacerme caer en manos de ese miedo a la muerte que tanto temo.
Y ya van tres veces, sí, demasiadas fallidas veces, pura burla del destino.
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